Las lagunas que hay en mis ojos, me han cegado no cabe duda, al tiempo no le doy más que paso y al momento justo, sinceramente sólo le digo que sí. Las olas de un mar que nunca existió, son ahora para mí enemigas eternas de un silencio arrasador. Un sonido que surge de mi más profundo miedo, me mantiene cautivo en una prisión de miel y agua, tal como las mil y unas noches repetidas en más de mil idiomas. La noticia de una persecución, se abre camino por matorrales que nunca me di cuenta que me rodeaban, y a mis pies los empuja a un abismo de oscuridad que se confunde con luz. Sigo cayendo y la condena no parece ayudarme, en vez de hacerla corta, pareciera que del cielo caen relatos ocultos de un pasado que alguna vez intente olvidar, pero que sin quererlo, lo conté al ministerio del tiempo. Mientras oigo mi nueva sentencia, mi caída se agudiza, cortando en finas láminas de oro al viento y viendo llegar poco a poco mi final inminente. Silencio… eco… silencio… simplemente no entiendo.
Llegan las doce y media de la noche o de la mañana, qué más da la posición de la tierra, aquí siempre hay tinieblas, tal como un paisaje olvidado. Ahora pienso, en la pobre Alicia, sufriendo de aquellos martirios, en un mundo que no era suyo, viéndose metida en problema tras problema y que sólo de consuelo tiene, la insípida risa del gato burlón de Cheshire, que pretende hacerla sonreír entre tanto horror. A mí, el mar se vuelve presente, una vez más caminando entre playas de cristal me encuentro, separándome a punta de desgarre de mi inexplicable caída, seduciéndome una vez más a recorrer lo que nunca me permitirá abandonar. Sin embargo, la luz del nuevo día irrumpe como ladrón por la noche, mis ojos se abren, lagrimas traviesas y un corazón intranquilo me dan la bienvenida… mientras que todo lo que vi, tomando sus posesiones y su solemne actitud se retira, abre la puerta y con promesa de algún día volver, me sentencia justo antes de oír cerrar la puerta de la ironía y de la tempestad.
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