Bueno, yo creo que sería prudente comenzar por mencionar a quien para mí, ha sido uno de los más grandes poetas en la historia, un poeta de dos mundos, hermano protector del pueblo y de sus ideales, brindó un regalo al mundo que por el pasar del tiempo, sólo perdurará en el corazón de los incomprendidos...la poesía del pueblo.
Pablo Neruda...Aunque me gustaría dejar un dato importantísimo, éste individuo realmente no se llamaba así, su nombre real era Ricardo Eliezer Neftalí Reyes Basoalto, la verdad yo ya veo por que decidió cambiar su nombre. Bueno la razón por la cual eligió el nombre por el que es conocido en todo el mundo, fue en homenaje al poeta checo Jan Neruda, quien fuera un líder del pueblo oprimido por la injusticia.
Nuestro más querido poeta chileno, nunca dejó atrás su origen, siendo desde nacido, perteneciente a miembros de la sociedad trabajadora, lo cual le llenó de un sentimiento de lealtad y deseo de ayudar a que los gritos de los trabajadores fuesen escuchados en todo el mundo. Por tales motivos se puede entender que haya sido fiel partidario del movimiento comunista alrededor del mundo.
Reconocido por sus escritos y sus versos, mi gran maestro recibió en 1971 el Premio Nobel de Literatura, lo cual fue un hecho extraordinario, pues al ser comunista, no era bien visto por los círculos sociales de altos empresarios y capitalistas, mucho menos por la nobleza.
De todos los libros de éste gran poeta, el que más me gusta sin lugar a dudas es Confieso que he vivido, una bella autobiografía, en la cual hace uso de la poesía para engrandecer todo lo que vivió hasta el ultimo aliento.
Comparto a continuación un fragmento del Canto General de Pablo Neruda.
Hasta pronto.
La frontera
Lo primero que vi fueron árboles, barrancas decoradas con flore de salvaje hermosura, húmedo territorio, bosques que se incendiaban, y el invierno detrás del mundo, desbordado. Mi infancia son zapatos mojados, troncos rotos caídos en la selva, devorados por lianas y escarabajos, dulces días sobre la avena, y la barba dorada de mi padre saliendo hacia la majestad de los ferrocarriles.
Frente a mi casa el agua austral cavaba hondas derrotas, ciénagas de arcillas enlutadas, que en el verano eran atmósfera amarilla por donde las carretas crujían y lloraban, embarazadas con nueve meses de trigo.
Rápido sol del Sur: rastrojos, humaredas en caminos de tierras escarlatas, riberas de ríos de redondo linaje, corrales y potreros en que reverberaba la miel del mediodía.
El mundo polvoriento entraba grado a grado en los galpones, entre barricas y cordeles, a bodegas cargadas con el resumen rojo del avellano, todos los párpados del bosque.
Me pareció ascender en el tórrido traje del verano, con las máquinas trilladoras, por las cuestas, en la tierra barnizada de boldos, erguida entre los robles, indeleble, pegándose en las ruedas como carne aplastada. Mi infancia recorrió las estaciones: entre los rieles, los castillos de madera reciente, la casa sin ciudad, apenas protegida por reses y manzanos de perfume indecible, fui yo, delgado niño cuya pálida forma se impregnaba de bosques vacíos y bodegas.
