18 mar 2009

La Ventana


Mientras que el Sol, de una forma discreta y algo silenciosa desaparecía al horizonte, sus manos yacían tiesas sobre su libro. Parecía una mancha insignificante a la vista, sin embargo al acercarse y visualizarla con paciencia, realmente era un retrato del olvido. Viejo como el tiempo, triste como un cementerio, marchito como las flores en invierno y ahogándose en suprema melancolía. Así vive ese anciano, que no da más que historias, que no siente más que ausencias, solamente reflejos puede ver y nada más puede entender el silencio que cubre un susurro.

Miradas que parecen derrota, son lo único que puede compartir este viejo. Sentado en la fría sala que alguna vez fue sinónimo de vida, pues incontables fiestas y reuniones albergó por tantos años, mientras que éste se disponía a compartir lo que tenía. Poco a poco el sonido exterior calla, todo se cubre de un silencio total...

Pasan las horas, lentas pero pasan, sin embargo no hay nadie que cambie en este cuarto anónimo, ni la insignificante presencia de aquel roedor que se escabulle entre los muebles puede hacer que el escenario cambie tan siquiera un poco, esto realmente parece la muerte misma. En instantes, el hombre levanta la mirada, mira la ventana y suelta una trágica sonrisa al verme tras ella. Con gesto de dolor y pena, agachando nuevamente su insípida mirada, levanta una esquelética mano y con ella hace una invitación a que me presente en su dominio.

Un escalofrío recorre desde mi cabeza a mis pies, una pulsación terrible en mis manos me obliga a bajar la guardia, él se ha percatado que lo estoy viendo, y en vez de asustarse pareciera que le da gracia, y yo en vez de echarme a correr, simplemente voy sintiendo una angustiante necesidad de entrar y aceptar aquel llamado inesperado. El miedo es ahora un motor, que permite que mi cuerpo recorra la distancia de la ventana a la puerta, que permite que mis manos congeladas por el frío ocasionado por el astuto arribo del terror, se levanten y abran aquella misteriosa puerta, que huele a pino pero está disfrazada de acero.

Al dar el primer paso a dentro, siento la presencia ajena de lo desconocido. Los muebles ya no están donde les mire antes, mejor dicho simplemente ya no están. Todo quedó reducido a una chimenea que mendiga por fuego, una alfombra roja que lamenta los años de los que ha sido usada y más adelante, un sillón viejo que no entiende la repentina desaparición de su dueño, cosa que con dificultad comparto, pues nunca vi hacia dónde se fue el anciano decrépito. Como si obedecieran un orden, mis pies se han pegado al suelo, ni un milímetro puedo moverlos, un agobiante escenario, donde las sombras se distraen a unas a otras, donde la luz va disminuyendo a cada parpadeo de mis ojos. Una gota de sudor recorre mi frente, mi corazón se acelera mi respiración agudiza…

Los ojos parecieran que se quieren desprender de mi cara, pues asustados están buscando al viejo, de tal forma que lloran preocupados. Un sentimiento extranjero desmoraliza mi supuesta fortaleza, mientras que el aroma de los años hace un frenético baile con la imprudente presentación de un musical, entonado por piano y violín, que a mi desgracia son notas fúnebres y si no lo son, al menos a mi me han capturado en la esencia misma del terror.


La desesperación de no entender se enfatiza con la incapacidad de poder salir huyendo de este lugar. Por momentos siento la presencia de alguien junto a mí pero la desilusión, y al mismo tiempo alivio, se manifiesta cuando no encuentro a nadie. A lo lejos las sombras van dando paso a una figura esbelta, elegante y al mismo tiempo amenazadora, pudiera decir que es mujer más su macabra presencia me haría pensar que es el Demonio mismo, pues en vez de oler flores del campo, a mi nariz llega el desafiante olor a azufre. La figura se torna en humo y recorre de forma acosadora mi cuerpo, deteniéndose en mi cuello, lo acaricia y lo hace suyo.

Perdido estoy en la ausencia de razón, pues aunque estoy siendo acompañado por ese humeral no entiendo que realmente estoy sufriendo esquizofrenia, al menos es lo que pido a gritos estar pasando, pues si esto es real, pido a Dios me arranque la vida y me lleve de este lugar tan aterrador.

A punto de sucumbir a la tentación de rendirme a las sombras, una puerta a lo lejos se abre, permitiendo la entrada de una luz cegadora y fría, que ameniza el lugar, desalojando el temor escénico y provocando en la sombra un aterrador grito que termina por derrumbarme. El fatigo me ha vencido y el juicio por breves momentos he perdido. Al despertar de mi desmayo, junto a mí yacen los pies demacrados del anciano, el cual se inclina y me ayuda a levantarme. Sonriendo, acerca sus labios a mis oídos y menciona:

¿Alguna vez has bailado con tu muerte?
Porque de ser así…permíteme volverte a recordar cómo es.

Y como un reloj, retrocedo en el tiempo, llegando al momento en que como un joven intrigado, veía por la ventana…espera, esta vez no podía ver a un anciano ajeno, ¡simplemente estaba ahí yo, 70 años después!

Saqué mi pistola, la acerqué a mi cabeza y antes de dar el tiro final, el anciano detuvo mi acción y de nueva cuenta acercándose a mi oído pronunció:

Jamás escaparás tan fácil de lo que has visto.

Y la pesadilla volvió a iniciarse de manera consecutiva…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Esta muy interesabte ... aunque un poco largo jeje.
QU3ZADA