Mancilla y el travieso

Me retiré a caminar por la ciudad. La caminata, para aquellos que nos consideramos filósofos, psicólogos o cualquier cosa que nos haga pensar demasiado y a veces no tanto, resulta un componente fundamental para nuestro correcto funcionamiento.

Caminé a lo largo de Av. Insurgentes, desde el WTC hasta la legendaria panadería La Espiga. Muchos coches, mucho ruido, dos accidentes por gente inepta tras el volante, policías haciendo su quincena con una suculenta mordida por parte de un burgués bendecido con buenos lujos, un niño intentando venderme cigarros (corrientes por cierto), una gitana que aseguraba me leía mi futuro...aaaah de todo un poco.

Llegando a la panadería, no me pude resistir a entrar, ese aroma de pan recien salido del horno es una invitación obligatoria para los que gustamos de buenas y deliciosas teleras. Me topé con ciertos recuerdos de la infancia, uno de ellos me hizo también pensar en Agustín Mancilla y su amor por las travesuras:

"Siempre que entraba a las tiendas con mi madre, el temor de ella a que yo rompiese algo, solía desaparecer cuando yo, una criatura de 7 años, ponía una carita de inocente angelito...claro ella veía lo simple mientras que yo ya pensaba en meterme en problemas." -Diario de un travieso-

Nada más que yo, en mi etapa todavía más joven, nunca fui travieso. Pero fue por un niño tan pero tan latoso que me hizo pensar justamente en esa parte de la lectura de Mancilla. Hablando de ese niño...me encantó ver cómo la mamá trataba de controlarle con las típicas amenazas que no han de terminar en lo dicho. El mocoso prefirió ignorar las encomiendas de su madre, se puso a gritar y a correr por toda la panadería y... que tira una torre con las bandejas de pan recien horneados. Y que se los cobran!!! Al parecer fueron 70 pesos...ni tan caro ni tan barato le salió a la madre responder por las travesuras de su infante. Reí, empacaron mí pan y me salí.

Todo es grandioso en la ciudad de México, simplemente hay que saber hacia dónde voltear.

Hasta pronto